La perra daba vueltas a dos patas buscando su chuche. La cogió y se fue corriendo al sofá a comérsela. Entonces cerré la puerta y me fui.
La Estación me quedaba más o menos a un kilómetro. Estaba situada al lado de un barranco, el mismo que se desbordo en el otoño del 2.002. Desde entonces, no he visto otra gota fría tan intensa. Aquel día cogí miedo a los rayos y a la lluvia intensa.
Llegué a las tres menos diez. A esa hora había poca gente en el anden. La gente no suele bajar a Valencia a esas horas, más bien, vienen al pueblo a comer y descansar. Mi tren salía a las tres y siete. La ventanilla estaba cerrada y tuve que sacar el billete de la maquina que estaba enfrente. La maquina estaba protegida como por una funda de hierro. Parecía una caja fuerte. Eso significaba que pasaba muchas horas solas y que había gente, que ha intentando hacerse con el dinero.
Me senté enfrente de un letrero luminoso y parlante. Su voz parecía a esas que centralitas de teléfono con voz automática que te dice que apretes un numero para lo que deseas. Suelo colgar, pero cuando me sale una de esas centralitas, y necesito algo, para evitar que me sigan dando la tabarra, marco el uno o digo una barrabasada, enseguida sale un humano al otro lado.
Esta estación es pequeñita, como el pueblo donde vivo. Me recuerda un viaje en tren cuando yo tenia una corta edad. Creo que la estación era la de Medina del Campo. El tren era de asientos de madera, a través de la ventana se veían un campo de trigo incendiado. Se que era verano y iba con mis padres para Zamora a pasar las vacaciones. O quizás volvía para Madrid. En el tren la gente subían gallinas vivas, atadas por las patas y eso solía traerse a la gran ciudad y no al revés. El hambre en la ciudad era evidente. Este pensamiento siempre ha viajado conmigo cuando voy en tren. No se porque, quizá por aquel calor, el fuego y el humo que había en el horizonte.
Saque mi libro y me puse a leer. En el asiento al lado mío un hombre leía una revista y llevaba un pack de seis botellas de agua. No lo entendía, que hacia con tantas botellas de agua. ¿No la podía comprar cerca de donde fuese?. Para que llevar tanto peso. Solo él tenia la respuesta, lo mío era pura curiosidad.
Al otro lado una mujer que había salido al anden ha fumarse un cigarro. No hacia nada, solo miraba hacia adelante. No debía ser del pueblo, porque conozco casi a todo el mundo, al menos de vista. Debería ser de la Urbanización de enfrente.
El luminoso parlante anuncio la llegada de un tren de Valencia. Como mi tren tenia que llegar dos minutos más tarde, salí al anden. Mire al fondo y vi la luz del tren que iba a llegar. Se abrieron las puertas. La mayoría de la gente se fue caminando hacia la urbanización. Solo dos personas cogieron el camino del pueblo.
Junto a mi, de pie, estaba un matrimonio, imagino yo, que había visto a llegar. El tendría más de cincuenta, tenia el pelo tintado de castaño. Al principio creí que llevaba peluca, pero era demasiado color ocupando su cabeza para serlo.
El tren de Valencia, espero la llegada del mío. Se abrieron las puertas y busque un sitio a la sombra. Estaba solo. El tren partió.
4 de Enero de 2010
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